domingo, 6 de septiembre de 2015

Facebook

En mi defensa, parto diciendo que escribir es un hábito que me cuesta porque apenas toco un teclado, o un lápiz, me cuestiono la importancia de hacerlo. En fin, digamos que escribo para mí misma.

Esto iba a tratarse de un tema que vengo amasando hace tiempo, pero dado un suceso especial, creo que es conveniente vaciar mi cabeza primero de eso, y después vamos a lo otro.

Cerré Facebook, y con esto me refiero no solo al hecho de dar de baja mi cuenta, sino a todo lo que ello implica. De partida, espero no volver más. Espero no ser famosa, o lo suficientemente famosa como para tener que aparecer en Facebook nuevamente, ya que de poca utilidad real me parece. Se volvió un mundo lleno de vanidad y estupidez, al menos a mí alrededor.
Y con esto, siento que se cierra otra etapa de mi vida en la que Facebook tuvo su apogeo: mi paso por la universidad.

Ya había hablado un poco de esto cuando me referí a la tricotilomanía, pero lo cierto es que pasar por la universidad implicó un cambio profundo en mi percepción de la realidad, ya que, como en ningún lugar antes, encontré personas con los mismos gustos y afinidades que yo tengo. Con esto no le resto mérito al instituto, ya que estoy en una carrera que amo y que aprendí que era mi sueño, pero hay algo que me falta, algo así como una discusión intelectual profunda, a lo mejor cuestionarnos el trasfondo de lo que estamos estudiando: nada más cercano a nuestro día a día. Pero no falta el discurso de “en eso trabajo”, o “es para tener un título”. Mi fuero interno siente que es aberrante, pero no vivo la realidad de otras personas. Claro que, cuando estaba en la universidad, más de alguien dijo “no sé por qué estoy aquí”. Que dios te guarde en su santo reino, porque igual te va a ir bien.

A mí siempre me ha costado integrarme a los grupos, así que este va a ser el punto de vista del piola, del calladito. Me costó encontrar un lugar en la u, y una vez que lo encontré, no sé si fue del todo bueno. No voy a culpar a mi entorno de mi fracaso allí, pero lo cierto es que el trasfondo comenzó a ser más importante que el estudio, y unas tres personas en especial. Pretendo enfocarme en cada una de ellas luego, con todo lo que implica. En realidad, no sé si pueda hacerlo, pero tengo casi treinta años, ¿por qué no hablar de las cosas que me suceden? Como si esto fuera a leerlo alguien de mi familia, benditos sean.

Pero hablemos del curso. En la u estudié tres semestres de Pedagogía en Lengua Castellana y Comunicación, y ese es el nombre oficial. Lo cierto es que muchos nos enfocamos más en la literatura, y ahí perdí el rumbo de mi vida. Me extravié en tópicos, discursos, trasfondos, significados ocultos… En mi mente me veo girando en un vórtice de colores que representan las distintas aristas de este asunto, algo como un viaja psicodélico. Pero sin distorsión. Eso vino algunos años después de salir de ahí. Me cuidé mucho, hubo muchas cosas que no hice y otras que no debí hacer, como enamorarme de las personas equivocadas, y no retirarme de la carrera cuando debí hacerlo, pues salí por la puerta de atrás. Como sea, el curso es bien unido, y digo es, porque los que quedan allí se ayudan mucho, son amigos entre todos y se cuidan, lo que siempre quise. Hablando de Facebook. Hay un grupo privado que se llama Pedagogos on firea. Ese grupo nos llevo a unirnos mucho más, a pelear, sacarnos el cuero, compartir las tareas, el conocimiento, chistes, memes, frases para el bronce, etc. No hubo nadie que no se revelara en ese grupo. Particularmente yo, obvio. Desarrollé un talento raro para hacer chistes con la materia más difícil, escribir ensayos que eran una completa parodia o cosas así, siempre tratando de pasar por “clever”, aunque no salvaba a nadie, igual que ahora. Y es verdad. No me gusta hacerme la pobre niña para que venga alguien y me levante el ego, por desgracia, también tengo talento para conocer mis verdades, y la verdad es que trataba de llamar la atención siendo inteligente, que sí lo soy, pero en una esfera que nadie ve muy bien. Muchos tienen la sensación de que soy inteligente pero no conocen a qué escala, así que no pasa más allá de un concepto abstracto. En otras palabras, si le preguntara a alguno cómo sabe que soy inteligente, no podría contestar con claridad, exceptuando a algunos pocos. En fin…

Había otro grupo, pero ese esa especial y exclusivo. Estaba formado por las personas que compartían mis intereses, pero al que llegué tarde, como ya expliqué. Cuando llegué, el grupo se llamaba “Los ñoños del Olimpo” y era maravilloso, porque compartíamos música, extractos de libros, observaciones de todo tipo, nuestros pensamientos, nuestra vida interior. Cada uno se suponía que era un dios griego porque bueno, el primer semestre estudiamos literatura, historia y filosofía antigua, clásica. Era maravilloso hablar con gente que entendía mis temas, eso nunca lo voy a olvidar.
El segundo semestre le cambiamos el nombre al grupo. No recuerdo como se llamó después, pero al poco andar el segundo semestre se llamó “Los goliardos”, porque pasamos a estudiar la Edad Media, así con mayúsculas, ya que no hay otra época del hombre que ame más que ella, y bueno, los goliardos eran grupos de personas instruidas que iban de pueblo en pueblo ganándose la vida con sus conocimientos, pero pobres. Algo así como estudiantes que abandonaron sus estudios en monasterios principalmente, como ronin, pero del conocimiento. Creo que existe algún documental que se llama Ronin y que habla de estudiantes japoneses que no pueden entrar a estudiar porque el puntaje no les alcanza, a pesar de estudiar mucho. Son estudiantes, pero sin casa de estudios. Ese es el germen de lo que muchos seríamos en el futuro: estudiantes descastados. De todos al que más extraño es al Tomás. Viejo, creo que leíste lo anterior. Si lees esto, me encantaría hablar contigo, pero así en buena onda.

En una ocasión recuerdo que se armó una discusión porque algunos compañeros se escaparon de la sala, y digo se escaparon porque se salieron a escondidas, ni que el profe les fuera a llamar la atención. Yo opiné algo así como que no me parecía, que lo encontraba una inmadurez y quedó la cagada. Esto fue en el grupo de los pedagogos. Agarré mi comentario y lo puse en mi muro. No faltó el que me dijo de todo a pesar de estar en mi propio espacio pero me dio lo mismo. Mentira, no me dio lo mismo. Me dio pena, rabia, impotencia, me sentí atacada y sentí que mis “amigos” no me ayudaron. A lo mejor a ellos sí les daba lo mismo. Y la inteligente se supone que soy yo, par favaaar!
Nos distraíamos mucho en facebook. Volaba una pluma y el trabajo que estábamos escribiendo se iba al diablo. Nos dormíamos tarde. Algunos ni dormíamos pero lo pasábamos bien. Hablo de ello en pasado porque es mí pasado. Ahora, seguramente, también es el pasado de muchos de los que quedan ahí, y el presente de algún rezagado.

Esa fue la época de oro en facebook. Creo que nunca antes ni después lo usé tanto. Hablo de ello con cierta nostalgia, es verdad. Mea culpa. Nunca volvió a ser lo mismo. Por mucho que interactuara con las personas que quiero se convirtió en un lugar de paso donde lo más importante era lo que las páginas de mi gusto publican más que las personas que allí puedo contactar. Por mucho tiempo fue una herramienta útil para encontrar personas, para espiar personas. Escribí algunas cosas cortas que tuvieron un éxito relativo, pero me estaba restando fuerza para escribir acá, la que pretendo que sea mi plataforma para vaciar la mente.


Espero en el futuro poder concretar un tema que me une con muchos, que es mi amor por la Ciencia Ficción. Para ello debo contar muchas cosas antes. Desde ya, ofrezco mis disculpas porque voy a perseguir mi cola durante todo lo que cuente, algo así como girar en círculos, o más bien en espiral.

Chao Facebook, o lo que queráis.

martes, 14 de abril de 2015

Bruja

Generalizar es malo, según dicen, pero creo no estar tan lejos de la verdad al pensar que la mayoría de las niñas quieren ser princesas. Repentinamente recordé algo de mi niñez: mi mundo inventado. Claro, yo inventé un mundo propio quizás porque me di cuenta de que era diferente, y así podía justificar mis pensamientos, tan distintos. Pero en mi mundo yo no era una princesa, sino que una bruja. Al llegar a casa por las tardes pasaba cierto tiempo inventando nuevas historias que contarles a mis compañeras, que se las creían de punta a cabo. Inventé que era parte de una comunidad de brujos, todos tan niños como yo, y que todas las noches nos íbamos a un lugar lejano, un pueblo mítico que se encuentra en Estados Unidos cuyo nombre es Salem (lo siento, la influencia no se puede negar); un pueblo que existe en la actualidad al que se le ha colgado el mote de ser tierra de brujas, al igual que Salamanca y Talagante en nuestro país, y aunque entonces los conocía como tales, no los usé, pues reconocía las limitaciones culturales de los otros niños, y también porque decir que estaba en Estados Unidos era más entretenido y misterioso. Allí nos reuníamos a compartir con nuestros amigos y a aprender magia, claro, éramos brujos que nos teletransportábamos al otro lado del mundo sólo por las noches, momento en el que nuestros poderes funcionaban, de ahí que no pudiera hacer demostraciones en el colegio, lo que sólo aumentaba el misterio.
En ese tiempo también nos dio a todos con el ocultismo, a escala de niños, donde nos contábamos historias de terror en un lugar del colegio que estaba embrujado –según generaciones y generaciones de alumnos antes que nosotros-, lo que sólo nos daba más miedo, y que quedaba al lado del camarín de niñas dentro del gimnasio, una escalera que bajaba a un subterráneo debajo del escenario del colegio, oscura, polvorienta y antigua: especial para asustar… En fin.

Eso creaba el ambiente perfecto para que mi historia fuera creíble, hasta casi adquirir vida propia. Más de alguien quiso unírseme, pero lo rechazaba con el pretexto de que yo no les elegía, que alguien más lo hacía, mientras seguía en aquella comunidad ficticia. Allí había una niña –según yo-, que era igual a mí y se llamaba algo Del Rosario, no recuerdo su primer nombre. Un día ella fue en vez de mí al colegio. Era cuarto básico, tenía algo así como diez años, un tiempo turbulento en que las amistades se afianzan o mueren, y me quedaba una amiga que con el tiempo también perdí. Era el momento perfecto para que la otra apareciera en el colegio a dar fe de mi imaginación. Y lo hizo. De repente se me escapó y comenzó a hacer de las suyas, a llenarle la cabeza de cuentos a mi amiga y a quien quisiera escucharla. Yo moría de risa por dentro.

Un día, ya no fui más al aquelarre, pero en cierto modo no lo necesité: había hecho suficiente magia por toda mi niñez.

A veces quiero volver, y pienso ¿para qué? Si, de todas maneras, en el cuento de hadas que todos viven yo jamás fui la princesa, siempre fui la bruja: las princesas se convierten en reinas o esclavas, y las brujas siempre son brujas.

El tiempo de los cuentos ya pasó, pero me quedo con la convicción de que puedo crear mi propio mundo, ya no en la ficción, sino que en la realidad. Hoy sé que la magia existe porque la veo en todas partes: en un gesto, en una palabra, en una mirada; en la salida del sol y en el paso de las horas. Ahora soy adulta, pero una bruja siempre sigue siendo bruja, aunque crezca y vaya a la universidad.
Y se peguen el viaje de la vida. Bueno, es la Nekyia xD

jueves, 18 de septiembre de 2014

La posibilidad o Crónica de lo que nunca ocurrió

Este cuento es mío y hago lo que quiero con él. Así de corta.

Apenas lo supo corrió, pero discretamente, para que nadie lo sospechara. Corrió, eso sí, al día siguiente. 
Casi no durmió pensando en las posibilidades. Pensó en cómo entraría, cómo lo pediría, qué haría luego, pero sabía que, por más que lo pensara, resultaría diferente.
Se levantó tarde; se bañó. Se hizo desayuno pausadamente, con fingida despreocupación, aunque no había nadie que pudiera notarlo; lo llevó a la mesa y se sentó a comer, mientras se maquillaba cuidando cada detalle, tratando de retrasar la partida.
Al salir de su casa caminó a ritmo normal, aunque en su mente se tejían mil historias acerca de aquello que iba a hacer. Llegó en bus hasta la avenida y después tomó el metro, Línea uno, la misma estación de siempre. Subió los escalones en silencio; iba sola, escuchando la misma canción una y otra vez: Padam, padam, padam...
Trató de pensar en algo, ¿qué sería? Sus decisiones, sus promesas, las circunstancias que la habían llevado a enterarse de aquello, por qué acudía. Frunció el ceño y apagó la música. El aire en la calle estaba frío y sintió que al fin pudo respirar, como si el metro la ahogara. Vio personas, que le parecieron apenas figuras recortadas contra los muros, el cielo, las calles. Pensó que ellos sabían a dónde iba y lo que iba a hacer, pero después pensó en que eso era imposible porque nadie conocía sus pensamientos, ¿cierto?
Entró. La atmósfera era diferente allí dentro y había un número inusual de personas examinando los estantes. No contaba con eso y se paralizó. Miró a un lado y a otro. ¿Dónde estaría? Resolvió caminar directamente al mesón y pedirlo. Tiempo después pensó que podría haberlo tomado ella misma, pero se dio cuenta de que pensó tanto en el asunto que no resolvió nada y por eso quedó paralizada cuando las cosas no eran como ella esperaba, al menos la parte que sí había pensado.
Un segundo eterno entre la puerta y el mesón. Recordó el momento fatídico en que lo supo. "Ya está a la venta" rezaban los carteles. Vio al Aleph en el mundo y el mundo en el Aleph, y la comparación entre aquello y lo que esperaba le dio risa. ¿Cuántos Joyce ha habido en el mundo? Solo uno y se tranquilizó con ese pensamiento. Al siguiente segundo se acercó al mesón y lo pidió. ¿Por qué lo pidió? Podría haberlo tomado ella misma... En fin.
El vendedor fue a buscarlo con un dejo de extrañeza en el rostro, lo que hizo aumentar su sensación de parálisis. Mierda- pensó, pero su boca atinó a articular nada. Cerró los ojos con cansancio al cuarto segundo -ya que el tercero lo ocupó en solicitar el objeto- y al cabo del sexto o séptimo regresó el hombre del mesón. El sitio del vendedor estaba ocupado con una mujer que hacía las cuentas, así que le tocó esperar un poco más. Su cabeza daba vueltas pensando en la posibilidad que el objeto significaba. Pagó. La boleta quedo mal hecha así que el vendedor hizo otra y se la entregó, junto con el vuelto y el objeto. Miró la hora con impaciencia, como pensando en otra cosa, pero su mente estaba fija en el hecho de tener en objeto en su poder, que guardó en la mochila mientras bajaba de vuelta al metro. Hizo combinación y se bajó en una estación de la Línea cinco que le traía malos recuerdos. En el vagón, metió la mano en la mochila y lo sacó, lo observó, lo abrió. Tardó en darse cuenta de que su cara expresaba todo lo que estaba sintiendo y no le importó. Se sintió observada y le dio risa. Cuando el metro frenaba lo guardó nuevamente, se bajó, subió las escaleras. Ya en la calle fue a unas cuantas partes, hizo trámites; fue a comer.
De vuelta en su casa, al cabo de algunas horas, actuó con normalidad. Habló con su madre, con sus perros y con el Universo. Cuando estuvo desocupada se llevó la mochila a la pieza y sacó todo lo que había en su interior. Puso el objeto sobre la cama desordenada y lo observó, como a un desafío. Al rato sintió los pasos de su madre por el pasillo y lo metió en la repisa, junto a otros de su clase. Ya por la noche, lo miro desde la cama, acostada como estaba y se durmió.
Los siguientes días no le prestó atención, incluso viajó y lo dejó en su casa. Al regresar, después de algunos días, casi había olvidado que lo tenía. Con la tranquilidad que otorga la distancia, se sentía más alegre que ansiosa de tenerlo, y cuando pudo entrar a su pieza lo primero que hizo fue revisar la repisa y ahí estaba, donde ella lo había dejado. Los días siguientes se decidió a abrirlo. El libro era de mediano tamaño, de una cantidad suficiente de páginas y sin dedicatoria, lo que a su parecer ya andaba mal. Pasó las páginas y leyó hasta los datos bibliográficos. Siguió a la introducción que le pareció pomposa y rimbombante, una maravilla, y luego al libro en sí. Pasó los capítulos con una ansiedad creciente. Buscó frenética en cada línea algo, una frase, lo que fuera dedicado a ella, ni más ni menos. Llegó al final y no había nada. Quedó paralizada.
Al menos podría pedir que se lo firmara, algún día.

Por ejemplo.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

De cómo y por qué llegué a escribir este blog

Me entró la curiosidad de escribir un blog a raíz de un asunto en particular que me ocurre. Tengo tricotilomanía. Más de alguien se puede preguntar qué es, por ello, para mayor información pueden visitar diversas páginas o San Wikipedia en este link. La tricotilomanía se trata principalmente de un impulso irresistible de sacarse el pelo tanto de la cabeza como de otras partes del cuerpo, incluido el vello púbico, ya sea con la mano o con pinzas. Es algo como un trastorno compulsivo, difícil de controlar y bastante auto destructivo. En fin.

Ayer me corté el pelo. Hablo de ayer porque es la última vez que lo hice, ya que me lo corté definitivamente en enero de este año, en parte por aceptar con horror este "pequeño" asunto que me aqueja. Como sea, tengo 28 años. Se supone que estas cosas se desatan en la adolescencia o la pre adolescencia, pero como he vivido mis procesos tarde, no me extraña. Ahora que lo pienso, cuando estaba en quinto básico me saqué las pestañas, no todas, pero tenía pelado algo así como la mitad de afuera de ambos ojos. Mi mamá no sabía que hacer e hizo lo único que se le ocurrió: nada.

Soy la hermana del medio de tres: una casada con un hijo de cinco y una niña en camino, y una hermana nueve años menor que también tiene un hijo. En resumen: soy la hermana del medio sin pololo ni hijos, que trabaja, estudia; madre de mi hermana chica, madre de mi sobrino, madre de mis amigos, madre de mi madre... En algún momento hablaré de todos ellos, por lo pronto, la tricotilomanía...

Desde que salí del colegio que empecé a perder pelo. En ese tiempo se adelgazó la textura del pelo y se me caía un poco, pero nunca fue problema hasta que se empezó a notar. Mi pelo natural es castaño oscuro con reflejos naturales. Nunca me lo pude dejar demasiado largo porque se partía y con el tiempo me empecé a teñir. Pasé del ultra rojo al negro que llevé por años. Cuando se empezó a caer más se me ocurrió dejármelo castaño, pero la costumbre mental ya estaba formada y no tenía mucho que hacer. Me sentía rara, no como yo misma, hasta que volví al rojo.
A principios del 2010 renuncié al trabajo que tenía porque me iba a embarcar en un proyecto personal, normal para mucha gente, pero que para mí fue una lucha: entrar a la universidad. En otro momento hablaré de lo que significó eso y las implicaciones que tiene hasta ahora, pero por el momento me quedaré en el hecho de que en ese proceso se desató definitivamente la tricotilomanía. Recuerdo un día en los laboratorios de computación de la universidad en que estaba investigando en internet para un ensayo. Estuve horas sentada frente a la pantalla, buscando, leyendo, tomando notas de lo que leía, organizando la información. Mi mano fue recurrentemente a una parte de mi cabeza a unos cinco centímetros a la izquierda y arriba de mi oreja derecha. En ese punto la cabeza es algo sensible y la sensación de sacar el pelo era placentera. Aún lo es. Cuando me dí cuenta, abajo del escritorio había tal cantidad de pelo que me horroricé, me dio asco, me asusté. Con el pié formé una especie de bola que dejé ahí mismo, esperando que las señoras del aseo la barrieran. Pero las señoras del aseo no la barrieron al día siguiente, ni al siguiente de aquel: las señoras del aseo barrían como una vez a la semana, así que tomé la bola de pelo y la boté en el basurero del baño, no fuera que, en mi locura, alguien reconociera el color del pelo y supiera que era mío, como si la u no estuviera llena de minas peliteñidas.
Desde ahí me lo empecé a cortar, y digo "me lo empecé" porque literalmente yo me lo corto: es más fácil que dar explicaciones, porque me carga mentir. En enero fui a una peluquería a cortármelo, pensaba dejármelo crecer desde ahí, pero la tricotilomanía ha empeorado. Me lo he cortado casi todos los meses porque se me hacen parches sobre todo al lado de las orejas. Lo último que me hice fue una mohica que terminó por aburrirme porque fui tras el pelo de la coronilla y empecé a deslizarme hacia arriba. Me hice un parche desde un poco más atrás de la frente hasta la coronilla; como que uní todo, no sé, la cosa es que por eso me corté el pelo, tal vez de la forma que siempre debí hacerlo, con máquina muy cortito atrás y como de centímetro y medio arriba.

Inhala, exhala.

De las implicancias que todo esto ha tenido en mi vida (adulta), así como de otros hechos que se suceden inexorablemente hablaré en otro momento.

Ni yo me hubiera imaginado que algo como esto podría ser posible. La vola'ita.